Esto también pasará…

Profesionales 4.0
6 min readJun 22, 2021

En las pasadas semanas, tuvimos el gusto de compartir con todo nuestro equipo sobre la diferencia entre valores y principios, términos usados erróneamente como un solo concepto; debido a que, muchas veces, se emplean en una misma frase, pero la realidad es que son nociones muy diferentes, pero complementarias.

En sencillas palabras, los valores son cualidades positivas o negativas inherentes, en su mayoría, a una persona, como lo son la honestidad, la lealtad, la solidaridad, el amor, entre otros. Y los principios son leyes y normas que, en su aplicación, generan un efecto, por ejemplo, “el principio de la siembra y la cosecha” aplicado a dar respeto para recibir respeto, a dar honra para recibir honra; en el ejemplo anterior, este principio nos orienta a entender ciertas acciones como una norma de comportamiento y se manifiestan como una realidad, que es consecuencia de su aplicación. Basado en esto, podemos determinar que hay personas que solamente viven y otras que viven por principios.

Esta introducción nos sirve para compartir un principio de vida que, personalmente, llamo “El principio de transferencia de gloria”. Lo que más me agrada de este principio es que, como acción, es fácil de aplicar y, como consecuencia, tiene una reacción inmediata, pero su secreto está en saber cuándo hacerlo.

Cuando más recibimos felicitaciones, cuando más alcanzamos nuestras metas, cuando más cerca estamos de los objetivos, cuando los logros se comienzan a manifestar y cuando las cosas más nos están saliendo es el momento en que este principio debe ser accionado de forma inmediata. Y el accionar es sencillo: recibe todas las felicitaciones con alegría porque realmente te lo mereces, pero, paralelamente, canaliza esa felicidad y busca a aquellas personas que te han ayudado: quienes te enseñaron; quienes te corrigieron; quienes te dieron consejos; quienes invirtieron en ti su tiempo; quienes te tendieron una mano; quienes, en tiempos difíciles, creyeron en ti, en tu talento, en tu potencial, en tu persona. Y, cuando las tengas contigo, simplemente, agradéceles por su cuota de responsabilidad en tus logros, cuéntales en cuáles de tus glorias actuales ellos fueron claves. Y, en esencia, transfiere la gloria que estás recibiendo a quienes, involuntariamente, te dieron lo mejor de sí para ayudarte.

Ninguno de nosotros nos hicimos ni llegamos solos; somos el fruto de muchas personas, algunas con mas influencia en nuestra vida que otras. Hasta las que nos “dañaron” han sido parte fundamental de lo que somos y de lo que no queremos ser. La manifestación de una gloria actual se debe a la construcción de un camino lleno de interacciones personales; como dijo, alguna vez, un sabio “el agradecimiento es el principio de la felicidad…”.

Pero ¿por qué decimos que es un principio con una reacción inmediata para nuestras vidas? Es que en cada “agradecimiento”, en cada “reconocimiento” y en cada “llamada a personas claves” se produce, inmediatamente, que nuestro ego se mantenga en su lugar, que los éxitos no se nos suban a la cabeza y perdamos la perspectiva. Porque evita que nos embriaguemos de reconocimiento; y hace que con una mano celebremos, pero que la otra la mantengamos en el arado. Dejemos que la gloria fluya hacia otros; retenerla puede envenenar nuestro corazón.

El principal enemigo de tus glorias futuras son tus glorias actuales y pasadas. Este principio nos ayuda a que, cuando sea el tiempo de tus próximas victorias, estas no nos encuentren todavía “bailando” con las glorias presentes, que ya serán pasadas.

Aprender cuándo y cómo transferir la gloria es de sabios, de inteligentes y de grandes. Te hará más grande, simplemente, porque, cuando agradezcas, es muy probable que, de esas personas, recibas nuevos consejos para continuar, ¡inténtalo!

No podría escribir estas notas sin la aplicación de este principio agradeciendo profundamente, a los que se toman unos minutos para leer estas líneas.

En muestra de mi agradecimiento, quiero compartirles uno de los cuentos más hermosos que llegó a mi vida en el 2015 y ejemplifica la mentalidad de alguien que tiene como principio de vida el transferir la gloria; cuento que da título a este artículo. El mismo tiene que ver con un rey de un país no muy lejano que reunió a sus sabios y les dijo lo siguiente:

— He mandado hacer un precioso anillo con un diamante, con uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, ocultas dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo.

Todos aquellos que escucharon los deseos del rey eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados, pero ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Esa era una tarea muy difícil. Igualmente, pensaron y buscaron en sus libros de filosofía por muchas horas, sin encontrar nada que se ajustara a los deseos del poderoso rey.

El rey tenía muy próximo a él un sirviente muy querido. Este hombre que había sido también sirviente de su padre y había cuidado del rey cuando su madre había muerto era tratado como de la familia y gozaba del respeto de todos.

El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y el anciano le dijo:

— No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.

— ¿Cómo lo sabes? — preguntó el rey.

— Durante mi larga vida en Palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañé hasta la puerta para despedirlo y, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje.

En ese momento, el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.

— Pero no lo leas — dijo — mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación.

Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado.

Estaba huyendo a caballo para salvar su vida mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa y, frente a él, había un precipicio y un profundo valle. Caer por este sería fatal. No podía volver atrás porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad del enemigo.

Fue entonces cuando recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y, allí, encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para ese momento. Simplemente decía: “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”.

En ese momento, fue consciente de que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que lo rodeó un inmenso silencio. Y ya no sentía el trotar de los caballos.

El rey se sintió profundamente agradecido con el sirviente y con el maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejército y reconquistó su reinado.

El día de la victoria, en la ciudad, hubo una gran celebración con música y baile. El rey se sentía muy orgulloso de sí mismo, entró a su reinado en carros y sentó a su lado al anciano que le habia dado el mensaje.

En ese momento, nuevamente, el anciano, al ver su alegría, le dijo:

— Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó el rey — . Ahora estoy viviendo una situación de euforia y alegría, las personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo.

— Escucha — dijo el anciano — . Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es solo para cuando te sientas derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es solo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero”.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “ESTO TAMBIEN PASARÁ”.

Y, nuevamente sintió la misma paz y el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba; pero el orgullo y el ego habían desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo es tan transitorio como lo bueno.

Con cariño,

Álvaro Rojas.

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